Sin Medias Tintas

Los traficantes del miedo

Omar Alí López /    2025-07-30
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Pocas cosas son tan desalentadoras en nuestro país como la de enfrentarse en desventaja a una persona con poder, manifestado en cualquiera de sus formas y niveles. Y, ese desaliento se convierte rápidamente en frustración, si el poder de esa persona está respaldado por una evidente ignorancia, falta de lógica, incapacidad o poco profesionalismo.

No creo equivocarme cuando afirmo que todos hemos pasado por una situación en donde nos hemos enfrentado a esa clase de poder. Desde el policía preventivo que sin tener la facultad nos detiene para una inspección de rutina, hasta el abogado que nos cobra 9 mil pesos para mover un dedo en un procedimiento cualquiera.

En todos estos casos, la psicología juega un papel fundamental. La desesperación o el temor a los problemas pueden orillarnos a tomar decisiones sin reflexionar siquiera en la situación. Muchos profesionistas que trabajan por su cuenta, así como el personal que labora en algunas instituciones le tienen bien tomada la medida a esa clase de circunstancias. Aunque no lo crean, trafican con el miedo.

En una amena conversación con un amigo surgió el nombre de este escrito. El alegaba que los mejores traficantes del miedo son los doctores y los abogados; pero yo aseguraba que no solo ellos, sino que los peores eran los que tenían privilegios. Ante un enfermo, no son pocos los casos que conozco donde se le han solicitado medicamentos o aparatos de alto costo a sus familiares, donde la vida del paciente depende de conseguirlos. Por supuesto, muchos de esos doctores tienen a la mano o la manera de adquirirlos siempre y cuando se les cubra el costo.

La mayoría de los familiares solo desean la pronta recuperación de su pariente y son capaces de todo con tal de conseguir el dinero suficiente que cubra el costo del medicamento o del aparato requerido.

Todavía tengo en mente aquel caso cuando una amiga sufrió un accidente en la carretera Santa Ana-Hermosillo. Su condición de pronóstico reservado ameritaba una espera de 48 horas para ver cómo reaccionaría a los medicamentos; pero había una medicina de 60 mil pesos que podía incrementar las posibilidades de salvación. La familia no lo pensó dos veces y pagó el dinero. La paciente se salvó y, por supuesto, nadie atestiguó la administración del famoso fármaco; solo tuvieron la palabra del doctor, ya que en la factura del hospital no se incluyó el precio pagado por el medicamento.

Ante la salvación, nadie averiguó.

De igual manera, viene a mi memoria el famoso caso de las personas que rompieron el cerco que protegía las instalaciones del SAT, para recuperar los vehículos que les habían sido incautados por no portar los permisos respectivos. Una cosa es protestar por la incautación, pero una diferente es violentar una propiedad federal. Como sea, se les pidieron entre 9 y 11 mil pesos a cada uno para iniciar el trámite legal que les regresaría los autos legalmente y los protegería del SAT en caso de alguna denuncia penal. Por supuesto, aquí sí había motivos para preocuparse, ya que es una regla bien sabida esa que dice: “no te metas con Hacienda”.

También podemos referir el caso del uso del poder en las revisiones de los aeropuertos. En estos casos, las circunstancias fuera de toda lógica son las motivadoras de la frustración para los viajeros porque, como usted sabe, no puede subir en su equipaje de mano líquidos o geles con cantidades superiores a 100 ml; pero en la sala de última espera puede comprar algunos que alcanzan el litro completo. Si usted va en un vuelo de conexión, por ejemplo, se supone no debe haber problema para cargar su equipaje de mano ya que fue revisado previamente; pero si tiene la mala fortuna de una segunda revisión obligatoria, se arriesga a que lo comprado en aquella sala de última espera pueda ser requisado.

Eso me sucedió de hecho recientemente en el aeropuerto de CD.MX. Mientras me aprestaba a tomar un vuelo de conexión hacia Hermosillo. Mi ate de higo era demasiado peligroso para subirlo al avión porque “bien podría ser una bomba” –así me dijo el inspector–, así que era necesario documentarlo. De no hacerlo, se quedarían con la mercancía. Aunque tenía poco tiempo para abordar, decidí no dejarlo y lo documenté para que explotara en la zona de carga del avión.

En los tres casos, el miedo es factor fundamental, y pareciera que así sucede siempre en todas partes.

Ese manejo del poder por parte de algunas personas es una de las razones del porqué la sociedad mexicana está enojada, y ese coraje se potencia cuando quienes abusan del poder son políticos o personas ligadas al poder político. Y, por supuesto, la gota que derrama el vaso es cuando vemos que las personas que cometieron abusos de poder no reciben castigo alguno.

Pero, ¿sabe qué?, es mejor no dejarnos. Infórmese y defiéndase.


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