Mi gusto es.. (o la otra mirada)

La Ley del revolver

Miguel Ángel Avilés Castro /    2024-12-28
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En estas vacaciones navideñas de inmerecido asueto, he dedicado algunas horas del día a ver series ambientadas en el viejo oeste tan evocativas como El Gran Chaparral, Bonanza o La Ley del Revolver.

Evocan momentos de infancia, pero, aunque suene raro, también evocan momentos recientes.

Contrario a la idea generalizada que se tiene sobre aquellas épocas, he podido observar, con cierta envidia, lo respetuoso que eran de las reglas básicas de convivencia, los buenos modales y la conservación de la paz en toda esa región. Sin embargo, la leyenda del “salvaje Oeste”, se encuentra en la memoria colectiva como un periodo de incontrolable violencia, donde primaba el caos más absoluto y el respeto por la vida humana brillaba por su ausencia.

Exacto, asoció bien: como en Culiacán.

Se destaca nada más la, proliferación de armas, esas que formaban parte del propio atuendo habitual, en particular de los hombres quienes, así como ahora lo hacemos con el celular o un termo de café, ninguno salía de su casa sin llevar una pistola colgada del cinto por si durante la jornada de labores o de regreso a casa, tenían que ocuparla.

Ya iba a reprochar esto, pero de pronto busqué algún estado de la república en donde hoy se esté exento de dichas prácticas y no encontré ninguno, sean o no del uso exclusivo del ejército o se tenga permiso para usarlas o no.

También hay la creencia, de acuerdo a los capítulos que de esas series hemos visto, de que había un elevado consumo de alcohol y, las frecuentes reyertas entre gente amolada y acostumbrada a la violencia, eran el caldo de cultivo propicio para que las ciudades se convirtieran en lugares de sumo peligro, sobre todo a la hora de la paga recién cobrada por los vaqueros o cuando las diligencias las traían en camino y salían unos forajidos cubriéndose la cara con unos pañuelos bien hediondos para asaltarlos y llevarse todo, no sin quitarle la vida, a cualquiera que opusiera resistencia.

Casi me pongo a escupir la pantalla al ver esas escenas, pero aparte de que no pue porque que me dio un calambre, tal vez por llevar tanto rato acostado, me acordé de las carreteras de Puebla, Veracruz y del sureste del país en donde esos atracos es el pan de cada día para los tráileres.

Muchos que no han visto las series que yo vi, han de creer que los tiroteos, las peleas y, hasta los asesinatos, estaban al orden del día (o de tarde o la noche o la madrugada y así).

Aparte han de pensar que eran incontables las ciudades donde abundaban las salas de diversión, de ocio y de prostitución, como sitios pensados para alegrar la vida, esa que no era infrecuente perderla con bastante facilidad y que los tiroteos, las peleas y, hasta los asesinatos, estaban al orden del día.

Lo mismo pensaba yo a la vez que agradecía a los gobiernos correspondientes que hubieran extinguido esos moditos, pero de repente me acordé de los casinos, los lavados de dinero, la trata de mujeres y esos vicios del viejo oeste, este, sur y norte de la República Mexicana y tuve que retractarme.

No estoy diciendo que fuera un edén pero que diera yo por haber vivido en aquel tiempo del viejo oeste en donde a los malos, los buenos los ponían tarde que temprano en su lugar; igualmente si alguien alteraba el orden era conducido a la comisaria y era puesto tras las rejas; y si la conducta era más grave, al responsable se le sometía a juicio garantizándole el debido proceso y evitando cualquier tipo de linchamiento.

Tanto así que la ley de Lynch- de la cual surge el término “linchar” – no gozó de buena fama ni gratos recuerdos como tampoco los tuvo Charles Lynch ,un cultivador de tabaco de Virginia y coronel de la milicia local durante la guerra de Independencia quien un día se erigió en juez de forma improvisada para defender las minas de plomo, esenciales en la fabricación de municiones, contra los lealistas, impartiendo una justicia tan sumaria como intransigente, con sanciones basada, según algunos críticos de esta disposición “en el arbitrio de los representantes del establishment y no en un conjunto de normas y procedimientos impersonales”.

Ya me quería poner a brindar en honor a los abolicionistas de estos excesos por encima de la ley , que buscaban hacer justicia por su propia mano , pero se me atravesó un estudio de unos investigadores de la UAM y de acuerdo con datos recabados por estos especialistas, “en el periodo 2016-2022 este tipo de quebrantamiento social registró mil 423 casos en la modalidad de linchamiento y 196 en grado de tentativa, para un total de mil 619.”

“Los linchamientos en el país no ocurren exclusivamente en el medio rural, sino en zonas netamente urbanas, siendo Puebla, Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala, Oaxaca y la capital las entidades con mayor prevalencia al concentrar más de 74 por ciento de los casos(…)Desde nuestro particular punto de vista, estos ajusticiamientos constituyen un tipo de acción colectiva (tumultuaria) de carácter acremente violento (fatal), en la que los participantes manifiestan un alto grado de indignación moral (irritación compartida) en respuesta punitiva no legal (sin debido proceso judicial) a conductas de individuos (ofensores-víctimas) que atentan contra la vida, integridad, dignidad o patrimonio de miembros del grupo, y que expresan la crisis de autoridad o pérdida de confianza en los aparatos de procuración y administración”, sostienen.

Obvio que en el viejo oeste si había muertos, desde luego y a puños por diversas razones, pero buena parte de estos era porque alguien más rápido con la pistola, actuó frente al atacante en legítima defensa, en la calle o en la cantina o porque se habían batido en un legítimo duelo y sólo uno había quedado con vida.

Estos últimos eran todo un ritual de honor o cuando menos, dejaban a un lado el tumulto o la agresión colectiva y como un aporte digamos civilizatorio, si es que se vale el término, el altercado llevado al límite , se decidía con un tiro cantado o tiro limpio como en el barrio, en donde solo dos y nadie más, se trenzarían, con la única diferencia que no era golpes sino que era a punta de bala, esa que pegaba en la frente o el pecho gracias a la velocidad de una mano que desenfundó primero.

Sí, las reglas de los duelos en el Viejo Oeste no eran muy formales y podían variar según la situación, pero las había y se respetaban en su mayoría: En un duelo de un solo tiro, los participantes se colocaban espalda con espalda, cargaban sus armas y caminaban un número de pasos acordado. Luego se volvían y disparaban. El número de pasos a caminar dependía de la gravedad del insulto. En ocasiones, los padrinos de cada combatiente marcaban el punto de inicio del duelo. El ganador era quien podía desenfundar, disparar y golpear primero a su oponente. Sin embargo, los pistoleros más precisos y calmados también eran favorecidos.

Hagan de cuenta como los topones entre carteles ahora y el trabajo calificado que realizan sus brazos armados, es decir, los sicarios que tan despiadados o peor que como puede que exageradamente retraten a los apaches en las series que me han entretenidos durante esta semana, y que en su agenda no contemplan el pedirle a su enemigo que escoja a su padrino, citarse mañana tempranito, elegir sus armas para enseguida de unos pasitos, y batirse a duelo sin piedad.

Afortunadamente nos informan que estos hechos poco a poco se han ido acabando y combatidas las causas que genera la violencia ya nada de esto se verá: ni en Cajeme, ni en Caborca, ni altar. Tampoco en Zacatecas, ni en Guanajuato, ni en Michoacán.

Tratándose de los famosos duelos se buscaba que el rival no estuviera en desventaja porque los mirones podían atestiguar después, contar que no se le dio ninguna oportunidad al derrotado y eso en un juicio con jurado popular de por medio contaba mucho y de comprobarse que en realidad había sido un triunfo a la mala, la sentencia era implacable: o la pena de prisión o la horca.

Como en la actualidad en este México de mis amores, no había espacio para la impunidad ni cosa parecida. Se conformaba una patrulla y tomándole protesta a los que la integraban para que respetaran la constitución, montaban sus caballos e iban tras él. Mucho menos para que prevalezcan las agravantes de premeditación, alevosía, ventaja y traición.

Por eso, quien deseaba resolver alguna ofensa en la cantina o en plena calle porque había sido calumniado o su acompañante pudo recibir el peor agravio, retaba a su oponente de manera tajante:

_ Saca tu pistola y defiéndete.

En efecto: así con el caballeroso estilo con actúan los grupos de sicarios de hoy .

Entonces, retado el parroquiano no había otra respuesta más que la ley del revolver.

En películas y libros wéstern, la mayoría de tiroteos son duelos en los que un par de hombres (ignoro si existía la paridad de género y también se batían entre mujeres) parados uno frente al otro listo a desenfundar, esperaban el mínimo movimiento y jalaban el gatillo.

Los revisionistas de estos rodajes- ya les dije al principio cuales - o de estas historietas como el libro Vaquero, lo desmienten diciendo que esta lealtad en los duelos solo ocurría muy rara vez. Dicen más bien que los enfrentamientos con armas de fuego ocurrían repentinamente, cuando una persona desenfundaba su arma y la otra reaccionaba y que, por lo general, se convertían en tiroteos en los que ambos hombres corrían a ponerse a cubierto, pues la situación se ponía casi como el rosario de Amozoc o una asamblea sindical o partidista.

Aseguran que los buenos pistoleros rara vez corrían riesgos innecesarios y, contemplaban otras opciones antes de enfrentarse a otros pistoleros famosos. Este es el motivo por el cual en casi ninguno de los tiroteos más célebres se enfrentaron dos o más pistoleros gloriosos, y más bien se trató de enfrentamientos entre un pistolero notable y oponentes menos célebres, es decir, como una pelea del Canelo con algunos de sus rivales .

Les quería hablar de lo ocurrido en el O.K. Corral, pero a estas alturas ya no sé qué tanto hay de verdad y que tanto de ficción y eso de andar contándoles mentiras a ustedes, no se me da .

Lo que sí eran una realidad es que estos enfrentamientos armados solían suceder muy de cerca y había muchos disparos, lo que, con frecuencia resultaba en que transeúntes inocentes o personas que se encontraban en lo suele decir sé cómo el lugar equivocado, resultaran alcanzados por balas perdidas o porque a los causantes no les importará si con tal de acabar con el objetivo que los tenían ahí, morían otros que no tenían velo en el entierro y ni quien se le responsabilizara de eso.

Eso fue hace más de un siglo y ninguno de nosotros estuvimos ahí.

Pero para que nos demos una idea, quizá pudo ser como la noche del sábado 9 de noviembre en Querétaro, México, cuando un ataque armado en la discoteca ‘Los Cantaritos’, ubicada en el centro histórico de la capital, dejó un saldo inicial de 10 personas fallecidas y 13 heridas. La masacre, que quedó registrada en video, generó conmoción en el país y rápidamente se viralizó en redes sociales.”

Por citar nomas un ejemplo actual.

Bendito dios, que bueno que ya no estamos en el viejo oeste.

Para fortuna todo ha cambiado, salvo uno que otro desadaptado, todo ha cambiado ya.

Y si en México un día los malos quieren poner en riesgo la paz, no tengo duda que nuestro Alguacil García Harfuch en un dos por tres iras por esos tazos dorados de la delincuencia y los encerrará

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