¡Céntrala, pendejo, céntrala!

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Por Martín Vélez
Juega la selección mexicana el partido eliminatorio decisivo rumbo al mundial, avanza el minuto 30 del segundo tiempo, el marcador está empatado a cero. Si así queda, nuestra selección tricolor no irá al mundial. Son tiempos en los que el Himno Nacional no le da a México un soldado en cada hijo, sino un director técnico. Millones de directores técnicos, que tienen cada uno la fórmula para que la selección conquiste la eliminatoria y hasta la mismísima Copa del Mundo. De esos millones de estrategas, unos miles afortunados están presentes, en las gradas, en ese partido clave.
Corre el minuto 75 del partido, el lateral izquierdo de camiseta verde, arrastrando ya el bofe, ha conseguido cruzar al medio campo rival en un contragolpe. Tras él, vienen dos de aquella selección centroamericana que, si bien no es un dechado de técnica futbolera, domina a la perfección el arte de las patadas ablandadoras. Frente a nuestro lateral, esperan otros dos roperones de la línea de defensa contraria. A su lado, forcejeando, otro rival va queriendo quitarle el dominio del balón. El de verde intuye la posición de sus compañeros en aquel avance, pero, entre jalones y empujones, no ha conseguido levantar la mirada, para precisar esas posiciones y determinar la mejor opción de jugada.
Sentados en las gradas, los directores técnicos, algunos de ellos con vaso de cerveza en vez de batuta, le indican a nuestro bofeado lateral sus precisas instrucciones. El más gritón le dice “¡Céntrala, pendejo, céntrala!”. Hay otro, con voz de pito, que le lanza “¡Dríblalos, dríblalos!”. Uno más le dice “¡A la banda!”. Otro, en voz aguardentosa, le grita “¡Frénate, güey!” El ambarino y espumoso elíxir, contenido en aquellos vasos desechables, les impregna a aquellos numerosos vociferantes cuatro cosas: valor, visión estratégica, potencia de voz y don de mando.
Angustiado, nuestro nunca cariñosamente llamado ratón verde, saca cuentas rápidas: ¿Me darán las piernas para driblar y pasar en medio de los dos roperos de enfrente?, ¿Si me freno, se barre uno de los de atrás y me chinga el tobillo, y con ello toda mi carrera profesional?, ¿Dónde anda el pinche centro delantero que no lo veo?, ¿Dónde anda la Churea Torres (medio campo ofensivo) que no llega en mi auxilio? En esas fugaces tribulaciones, lo sorprende un recargón del contrario que le quita el equilibrio, cayendo al suelo y acabando con aquel contragolpe de nuestra selección, esfumando en ese instante la encendida emoción por la gloria patria. Entonces, distingue claramente el clamor de la grada: ¡Para eso me gustabas, pinche ratón! ¡Cómo te tardaste, pendejo!¡Uleeeeero!
Paso por este breve relato futbolero para ilustrar una también breve reflexión sobre táctica política, en las decisiones de la dirigencia del movimiento de transformación nacional, que ahora encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
El dirigente mayor de la Revolución Rusa, Vladimir Ilich Lenin, puede ser blanco de muchas críticas. Pero la historia ha reconocido en él a un agudo estratega político y muy hábil táctico. Dejó escritas grandes reflexiones sobre los momentos críticos del proceso revolucionario y la justificación de sus orientaciones estratégicas y tácticas, las que dieron en su momento el resultado del triunfo de la revolución.
Hay en particular un escrito cuya lectura es recomendable para quienes hoy critican, desde la izquierda, las decisiones tácticas de la dirigencia de nuestro movimiento, tanto en la esfera estatal como nacional. Se trata del texto llamado Acerca del Infantilismo “Izquierdista” y la Mentalidad Pequeñoburguésa (Lenin, 1918). En ese libro (no es extenso y su lectura no duele tanto) Lenin, al mando de la revolución triunfante, y por tanto del gobierno ruso, discute con la oposición de izquierda, que recomienda en ese momento seguir la guerra contra las potencias occidentales, cuando los bolcheviques plantean la paz (abrazos, no balazos, ¡ja!).
Lenin critica a quienes, desde la izquierda, le llaman a seguir de frente en la guerra, diciendo, en este momento nuestro deber revolucionario es rehuir el combate y retroceder. ¿Cuánto?, cuanto sea necesario para mantener a la revolución con vida. De ahí su dicho famoso: Un paso adelante, dos pasos atrás. Y más pasos atrás si la realidad así lo impone; retroceder hasta los Urales, si con eso mantenemos viva la llama de la revolución, decía el gran pelón ruso.
Critica también a sus adversarios, “bolcheviques de izquierda”, diciendo que son incapaces de observar la correlación de fuerzas, que es la esencia de toda decisión táctica correcta. Para las mejores decisiones cuenta lo que el movimiento progresista quiere hacer, pero también cuentan las fuerzas del adversario y las mil acechanzas conservadoras que sobre el movimiento se ciernen. Por eso llama a hacer siempre “el análisis concreto de la situación concreta”.
Regresando al ejemplo futbolero, los agitados críticos de nuestro personaje de camiseta verde ignoran por completo la situación “a ras de cancha”, ordenando para aquel cansado guerrero, que no es Messi, piruetas fuera de su repertorio y lejos del alcance de su agotada pila. Ignoran también la disposición, habilidad y capacidad de cada uno de los rivales que acechan a nuestro sufrido seleccionado.
En el caso de decisiones de la dirigencia de nuestro movimiento, como es el asunto de los Yunes, o el reciente nombramiento de Adrián Ruvalcaba en la dirección del Metro de la Ciudad de México, sucede algo similar. Para lograr victorias tácticas en el proceso de transformación, ha sido necesario avanzar primero en el cambio de la correlación de fuerzas, cuyo estudio es madre de toda táctica correcta.
Para modificar la correlación de fuerzas ha sido necesario restar fuerzas al adversario de derecha, incorporándolas de nuestro lado. Eso tiene costos, y esos costos hay que pagarlos sin hacer pucheros.
Los éxitos tácticos y sus costos están a la vista. Divertidamente, los pucheros también.
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