Mi gusto es... (o la otra mirada) 

ACOMPETENCIA COMUNICATIVA (auténtico no, impertinente más bien)

Miguel Ángel Avilés Castro /    2025-06-14
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Hay una figura que se llama competencia comunicativa y se refiere a la habilidad o a la pericia de comunicar de forma atinada, sea en forma oral como escrita, considerando las reglas gramaticales, el contexto social y cultural, y las estrategias para superar posibles inconvenientes de comunicación. 

Me enteré de esto gracias al profe Luis quien sobre temas así, conoce de todas, todas.

Digamos que es la capacidad de usar una lengua de manera adecuada en diferentes situaciones, comprendiendo y siendo entendido en cada una de ellas. 

Salvo que mi profe diga lo contrario, creo que esta misma figura también puede o debe aplicarse en la imagen personal en torno a la cual hay que tener la suficiente competencia según el contexto y las circunstancias, de lo contrario puede provocar una innecesaria distancia entre el grupo y esa persona que, tratando de ser “único” acaba intentando un protagonismo insustancial e inútil.

Me refiero a esa carta de presentación que expresa la manera de cómo cada persona pretende comunicarse y lo que transmite con su presencia en un lugar o evento determinado. Es la forma en que una persona se presenta al mundo en una ocasión o en cierto momento, pudiendo ser a través de su apariencia física y vestimenta, como de su comportamiento y comunicación. 

Para bien o para mal es la impresión que los demás tienen de alguien, la cual se forma a partir de la forma en que se expresa y se relaciona con los demás. Dicen los expertos que la ropa puede transmitir muchos aspectos de uno, como la personalidad, el estado de ánimo, el estilo personal e incluso la identidad. Es una forma de comunicación no verbal que manifiesta quién eres y cómo te sientes.

Sí, cada uno de nosotros tenemos nuestros gustos personales que tienen que ver con la moda, la costumbre, el origen o por un gusto deportivo o una razón ideológica o musical. 

Hay desde el que porta ropa de marca sí o sí o quien considera intrascendente este requisito, o hay quien prefiere las camisas de botones como lo haces desde que eras niño o porque así se estila en tu pueblo o traer la playera con el estampado de Blue Demon o de Guns N’ Roses o lucir una camiseta con la emblemática efigie del Che Guevara o la de Emiliano Zapata con su mirada somnolienta mirando al infinito.

Otros no tan genuinos, eligen vestirse como le modela su héroe favorito o su referente personal en cualquier disciplina o se vuelven una réplica de su jefe máximo o un patético facsímil de sus ídolo o de su talismán político así como en una época, muchos sexenios atrás, esa que afortunadamente ya fue vencida por la transformación y no volverá ni la padeceremos en la vida pública mexicana en la cual había compra de pánico de guayaberas con el único propósito de lucir un atuendo similar al que se ataviaba, arriba y adelante, el hombre de Los Pinos, o rogaban a Dios que les llegará una calvicie prematura o engolaban un discurso cantadito tratando de semejar una voz que jamás sería la suya.

Claro, no todo depende de nosotros y puede que desentonemos sí o sí por causas ajenas a nuestra voluntad o porque, horas antes del mitin o la celebración o el acaecimiento nos mandaron otra señal o nunca se nos dijo si la vestimenta era de gala o acorde a la situación o con determinada temática. 

Al respecto me acuerdo de la película mexicana Vidas Violentas en donde, en uno de sus episodios, alguien convoca a una fiesta de disfraces en una casa, pero a última hora se decide que ya no será así, bastaba nada más que acudieran como  quisieran, solo que a uno de los personajes, interpretado por el primer actor Enrique Rocha, no le avisan y este llega disfrazado de Caballero Azteca, lo que ocasiona no solo la pena en él sino que este, durante todo la noche, es víctima de bullying por casi todos los asistentes y en especial por uno, a quien termina matando a golpes en un elevador, cuando ya se iban.

A diferencia de esta confusión, hay momentos en que tenemos que ser flexibles, de lo contrario, nomás por andar de lucido o con un protagonismo irreverente, pero superfluo, corremos el riesgo de ser unos destacados partícipes, pero de nuestro ridículo.

La mentada competencia comunicativa es muy necesaria, de ahí que en el lenguaje oral o escrito de donde este concepto emana, se requiere mucho cuidado porque no podemos comportarnos en todos lados ya que, si te montas en tu macho, tratando de ser genuino, rayaremos en lo inapropiado.

O sea, yo puedo enviarle un mensaje privado a un amigo de suma confianza y decirle:

_: “Que hubo, animal ¿Qué haces aparte de nada?” 

Pero eso mismo no lo puedo hacer en un oficio o una promoción como abogado pues me mostraría incompetente, según el concepto de arriba. 

Si no lo creen, imaginemos: 

“ C. JUEZ DE LO FAMILIAR. 

PRESENTE.

_”Óigame, zoquete: me acordará mis copias ¿sí o no?”    

Esto, además de ser grosero, muy grosero, me acarrearía un arresto, mínimo.

Así de pertinente o impertinente tendríamos que ser en la vestimenta y nada tiene que ver con que el hábito no hace al monje. Es escoger la más adecuada para una situación específica, considerando factores como el lugar, la hora del día, la cultura y la ocasión y, desde luego, el respeto hacia los demás.

Se trata pues de respetar las reglas del entorno. Por eso hay ropa para llevar a la playa, otras para acudir a un velorio y otras tantas para una boda o un convivio a donde se irá a tono con lo que acontece, a no ser que sea una boba o un cumpleaños con una temática y ahí sí, habrá quienes no se quieran sumar a esta convocatoria y otros llegarán vestidos de piratas, de hombres y mujeres del viejo oeste o de personajes de La Vecindad del Chavo o de lo que le de su reverenda gana.

Esto hablando de los mayores porque suceden casos en la niñez que acudes a tal o cual acto como Dios te dé a entender o porque supusiste, desde tu concepto estético que esa prenda es la ni mandada hacer para lo que hay en puerta. Recuerdo un caso de un niño en los años setenta-ochenta- a quien su mamá, franciscana ella, le dio el dinero para que fuera a comprar su ajuar con el que haría su primera comunión y regresó feliz con una camiseta del Monterrey que traía planchada la cara de Milton Carlos, el centrodelantero brasileño de los regios y así luce todavía junto a un montón de niños y niñas con traje blanco, en esa foto que luce en la pared de su casa.

Como periodista - según los expertos - no conviene ir a realizar una entrevista o reportaje a un barrios de un municipio - Ecatepec, digamos, por nombrar el más pacifista - acudiendo vestido de traje nuevo de la marca Vasanti, zapatos Salvatore Ferragamo y luciendo un torzal de oro en el pescuezo ya que, además de ser ofensivo para un lugar tan marginado, no le proyectarás confianza a los posibles entrevistados y de paso saldrás de ahí, nomás en bóxer, luego de asaltarte, sí por lo que traes puesto, pero sobre todo por payaso. En el terreno profesional es así también y no me refiero a lo elegante sino a lo propio. Imaginare un despacho jurídico: no creo que sea muy atractivo para un cliente que, en su primera visita, el abogado lo reciba en short y con una gorra que luce una hoja de marihuana en la visera, sobre todo si se trata de un asunto penal porque en un descuido pueden llegar los policías lombrosianos con la orden de aprehensión en mano y  no sabrán a quien llevarse: si al cliente o al abogado. 

Tampoco se puede ir así a los juzgados, salvo que sea un caso de emergencia, aunque, aguas, porque aquí hay una idiosincrasia o estilo que no podemos obviar y, en estos menesteres, una cosa es ser del sur de la República Mexicana y otra ser del norte ya que, haciéndose presente en un polo o en otro, cualquiera que lo vea sabrá quién es el residente y quien el foráneo.

Supondré que estoy en una Junta o en un tribunal laboral ubicado en la ciudad de México. Si acaso hay veinte de traje y uno nomás viste sombrero y botas de avestruz o camisa a cuadros y pantalón de yute, este último es el del norte.

Si esa misma escena es acá en Sonora, y nada más uno de los veinte porta un estorboso traje, en pleno julio, indiscutiblemente ese hombre que está a punto de la deshidratación, proviene de Puebla o de la capital, al menos que alguien de aquí, desfasado en el tema, crea que eleganciarse de más, causará una impresión mayúscula y en el trabajo le irá mucho mejor, solo por eso.

En el terreno del esparcimiento no es diferente. Es decir, no podemos ir muy formalitos a la carne asada del sábado, llevando un smoking con un moño bolitas, más feo que los que usa Sergio Sarmiento. Creo que lo apropiado sería una playera con un estampado de El Místico o de Don Gato y su Pandilla o de Che Pillín y, obvio, unos tenis viejos, y de rigor, sin calcetines.

Moraleja: si no se nos da algo, no lo intentemos porque de tan falso, luego luego se nos nota. Es como si Hugo Sánchez se pusiera a contar en ESPN un chiste de pepito, o a Noroña se le contratara como chofer de un kínder gracias a su simpatía y su amor por el respeto o yo, bailando danza contemporánea en una boca calle. 

Hagamos de la competencia comunicativa un hábito cuando así sea necesario y adaptémonos a las circunstancias, aunque no nos guste mucho porque hay usos y costumbres, y solemnidades que tiene una razón de ser. No andémonos improvisando en lo que no es sustancial y menos cuando pretendemos quebrantar las reglas con un atavío o una indumentaria que, aunque nos jactemos en público de ello, jamás hemos usado en el día a día porque se corre el riesgo de suplantar o se estaría en peligro de envolverse como aquel emperador de pura falsedad e hipocresía con respecto a los que alguna vez creyeron en ti. 

Si hasta ahorita no he logrado explicarme o nadie me ha entendido, tendré que llevar mi pedagogía a los extremos: hagan de cuenta que yo como abogado, quiero emprender en el humilde y muy respetado oficio de las panaderías y a fin de verme muy popular nombro al negocio como “Toga y Birote”.

Así de absurdo, mis amigos, así.

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