Mi gusto es…(o la otra mirada) 

Los ahijados de la causa

Miguel Ángel Avilés Castro /    2025-11-22
Publicar en:  

Según algunos historiadores que conozco, los principales logros de la Revolución Mexicana fueron la promulgación de la Constitución de 1917, la nacionalización del suelo y subsuelo, es decir , el proceso de liquidar la propiedad privada de la tierra y los recursos naturales para que pasen a ser propiedad del Estado.

También destacan las reformas significativas en materia de derechos laborales, educación y reforma agraria ya que, a su decir, estos cambios transformaron profundamente al país, consiguiendo un marco legal que sentó las bases para el México moderno, incluyendo el derecho a huelga, la jornada laboral de 8 horas, la educación pública y el reparto de tierras.

Si esto fue así, hay que creer, al menos, que la cifra que fluctúa entre 1.5 y 2 millones de personas fallecidas en esos convulsos años no fue en vano.

Siendo de esa magnitud los frutos y garantizado el pan y un techo para todos y todas, alguien muy optimista o muy crédulo, no encontraría una razón de ser para que, un siglo y tantito después, tuvieran que sacar a patadas a un mal gobierno para dar lugar a una impoluta cuarta transformación y el pueblo bueno y viviera, por los siglos de los siglos, feliz, feliz, feliz.

De haber sido así, me parecería innecesario que proceres tan honorables como los camaradas Manuel Bartlett, Ignacio Ovalle, Pablo Gómez Félix Salgado Macedonio, Rubén Rocha Moya o las adelitas Laida Sansores , Rosario Piedra Ibarra, Dolores Padierna, Lucia Trasviña y Delfina Gómez Álvarez, hayan echando el alma y arriesgado su vida en las recientes décadas, pero cuando se tiene arraigado el patriotismo en los huesos y las convicciones son inquebrantables, ni como hacerle.

Pero resulta que hay quienes levantan la mano y como en una asamblea general de un sindicato de maestros, tan puntuales al momento de ir a dar clases y tan productivos en la academia como lo son los que marcharon hacia el congreso en esta semana, gritan con mucha enjundia:

“ No, señores.. La Revolución Mexicana sufrió un fracaso y este se debió principalmente a la lenta aplicación de sus ideales, especialmente en la reforma agraria, y a la continuación de la violencia y la inestabilidad tras el conflicto armado inicial.”

Ah jijo. ¿Y ahora pa’ donde me hago?

Sabe.

Lo cierto, dicen, es que aquello vivido en 1910, más menos, si bien obtuvo aplaudibles conquistas en algunas cosas, en otras ha quedado a deber hasta la fecha y es ahí es cuando entro en dilema o mis amigos revolucionarios y/o historiados me ponen contra la pared.

Si, ya que, por un lado, me dicen que ese movimiento que cada 20 de noviembre se le agradece con un desfile, nostalgia nacional y mucho verbo, fue la pócima que curó todas necesidad social, por el otro, resulta que desde entonces y hasta la hora que leas esta reaccionaria columna, pasando por el 2018, sexenio tras sexenio desde entonces, hay un gobierno acusado de fallido y una insurgencia que acusa y dice ser capaz de todo, en cuanto este sentada en la silla del poder y viceversa.

Si hubo un gran evento conmemorativo por los cien años de revolución es que había mucho que festejar. Si no había nada, entonces para que lo hicieron.

Mis amigos historiadores seguramente habrán tenido agudas discusiones en torno a la primera gran revuelta del siglo XX y sus resultados, ignorando a la fecha si aquello fue un diálogo maduro o de altura, reflexivo y aleccionador o la sala de debates se convirtió en un reality show conducido por Laura Bozzo o fue una auténtica parodia de lo que eran las asambleas generales del PRD y su cuarenta tribus con todo y Alibabá.

Puede afirmarse entonces que pese a esa revolución tan famosa mundialmente y que tanto orgullo nos provoca, aunque sea cada año, no hizo realidad los anhelos de mucha gente, participe o no del movimiento y siendo así, habrá que seguir haciendo micro o macro revoluciones cuantas veces sea necesario hasta que una por fin deje inmejorable a tan revolucionario país.

Se reprocha que no se haya acabado con la desigualdad social y económica ni se haya reducido la distancia entre ricos y pobres y que la concentración de la riqueza y la falta de oportunidades para muchos ciudadanos siguen siendo un reto y que la reforma agraria todavía este en deuda con muchos campesinos y comunidades indígenas que siguen luchando por acceder a tierras productivas y defender sus derechos sobre la tierra y que no haya una plena Justicia ni protección verdadera de los derechos humanos y que sobre la violencia, la inseguridad y la impunidad aún se tenga que hablar tristemente en presente.

Ante estas condiciones, no de ahora, sino de añales fue inevitable la inconformidad de los sectores más afectados y el gobierno en turno pudo escucharlos o los persiguió hasta silenciarlos pues además de revoltosos eran unos ingratos al hacerse fuchi a una revolución tan exitosa y que tan grandes beneficios les había traído.

Algunos sublevados hasta ahí llegaron , por miedo o porque fueron asesinados pero otros resistieron o han resistido de generación en generación , combatiendo sin tutor de por medio pero otros fueron movidos por líderes , muchos de ellos genuinos y leales, los menos pero los más eran dirigentes que han ejercido el poder a través de su influencia personal, el apoyo de un grupo de seguidores leales nomas que muy habilidad para imponer su voluntad, y se vuelven figuras de autoridad -o de autoritarismo – en donde la democracia que pregonan es de dientes para afuera y no hay nada que se haga sino es mediante un impositivo ejercicio vertical, enamoradizo y reverencial para con quien mueve los hilos o quien, con bíblica humildad, permite que la muchedumbre lo siga.

La política a la mexicana es tan generosa que de estos líderes no hizo una producción limitada y de calidad, solo para conocedores y coleccionistas de perfiles dignos, honestos, intachables, más bien no se cuidó el control de calidad ni el derecho de admisión y cualquier podía o puede asumir ese papel o ser nombrado o autonombrarse con ese nobiliario título, capaces de formar un grupo de dos o más personas o de cien o miles, ponerse al frente e ir a tocar puertas a quien no satisface algún derecho como dios manda.

Esos son los que yo llamaría los ahijados de la causa.

Hombres y mujeres echados pa’ delante, válidos de la ocasión y con toda la actitud de arengar masas y enarbolar banderas y si se puede enrollarse en una y tirarse desde el balcón de su humilde casa. Al fin y al cabo, ya no se pertenecen.

Pero de todo hay en la viña de esta inacabada revolución: los líderes incorruptibles y que algunos, lamentablemente, pudieran ya estar muertos. Los que se tomaron en serio e incondicionalmente una causa y esos otros, los que han pasado por encima de su honorabilidad solo para acabar de una vez por todas con la pobreza extrema. Pero la de ellos.

Estos últimos van de una insurgencia a otra y su historia la han escrito a punta de su victimización sin serlo realmente: si se habla del 68 , ahí estuvieron el 2 de octubre. Si se toca lo del aborto, su madre lo quiso o la quiso abortar, si aluden a una mina, él fue minero.

Si se recuerda a Demetrio Vallejo, hace pucheros y jura que tiene una casete grabado con su voz, si se menciona a los ferrocarrileros, se pone un overol o asegura que fue preso político aunque todos sepan que si estuvo en una celda, se debió a que lo agarraron sacando unos botellas de licor de una tienda de autoservicio o se apoderó de un LP con los éxitos de Palito Ortega.

Son oportunistas políticos que se aprovechan de cualquier circunstancia o causa para obtener beneficio personal, sin tener en cuenta principios éticos o convicciones, cambiando su posición según sea conveniente para su carrera ya sea como líder sindical o partidista o lo que venga.

Carecen de principios o tienen uno distinto para cada día. Actúan sin convicciones pero al agarrar el micrófono en un mitin, parece la reencarnación de Luther King o Allende.

Se acomodan con facilidad a diferentes situaciones, cambiando su discurso o el engolado de la voz para alinearse con lo que sea popular o ventajoso, según el momento, pero siempre anteponiendo el beneficio personal.

Hay quien inició siendo un prometedor líder y en su época estudiantil en la universidad era la representación de la conciencia. Incapaz de doblegarse ante el poder ni verse seducido por este para ejercerlo en lo legal o en lo fáctico.

Pero egresa, consigue unas horas como maestro de esa misma universidad, se incorpora al sindicato que tanto cuestionaba por sus prácticas y los nefastos grupos de poder y cuando menos acordamos, ya era el Fidel Velazquez de esa alma mater, dándole a su congruencia en toda la materia.

Uno que otro mantiene una posición ambigua para estar siempre preparados y así cambiar de dirección y objetivo según las circunstancias.

Estos llegan a envejecer con cierto prestigio, o al menos no traen a cuestas un cargamento de acusaciones y hasta parece vivir bajo el techo de la austeridad o la honrada medianía.

Pero sucede que después de morir, el inventario y avalúo de la masa hereditaria de su juicio sucesorio lo pone al descubierto: siete u ocho casas, otras propiedades, jugosas cuentas en el banco y bienes muebles de cotizada manufactura.

Son los ahijados de la causa.

Y unidos en la lucha, no los moverán.

¡Que viva la Revolución!

¿Qué? ¿Viva?

Opiniones sobre ésta nota
Envía tus comentarios