Mi gusto es…(o la otra mirada)

Saldo Blanco

Miguel Ángel Avilés Castro /    2024-07-14
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Mi gusto es…(o la otra mirada) | Saldo Blanco
I

No hay nada que reportar. Acaso la fachada de lo que, hará los años, era un gran tianguis, por el solo nombre no por los precios y actualmente, aparte de lo que él queda, destacan pizzerías, tiendas reconocidas de ropa, calzado aparatos eléctricos y la fachada de unos aparadores donde escogió para darse piso un joven, ex servidor público, colgándose de una viga, minutos después que agarrara a balazos a su esposa en un hotel.

Hoy, desde esta parte, no hay nada que reportar, acaso el entusiasmo de que es fin de semana y los cuerpos sueltan del aire contenido por el trabajo de cinco días y sus caras cambian de semblante.

Hoy no hay nada que reportar, acaso el saldo blanco que, por fortuna, podemos apreciar en el trayecto.

No hay, pensamos, pero están las cosas más sencillas, que en ocasiones las perdemos de vista: el olor del café mañanero, los buenos días de un vecino, la salud y un calor que ya tiene los días contados en esta temporada.

Nada que contar, acaso un loco que contempla la ciudad y la escribe, como haciendo un retrato hablado de un pedacito de ella nomas.

Pero no es él quien se pronuncia, son las cosas que ve con los ojos de otro que pasa a su lado, diciéndole al oído que ha muerto y que ahí le encarga lo que ha dejado de urbe hace más de tantos años, cuando apenas lo más violento era un pleito de cantina entre dos parroquianos camorristas que apostaban su honor, a fuerza de quedarse el victorioso con el sórdido amor de una fichera.

Es la noche callada de un pueblo cercado por naranjos que mira pasar el tren repleto de ilusionados, de lo cuales, algunos de ellos, a los días serán encontrados en puros huesos en un gigante panteón de ese lado de Arizona en donde acaso solamente unas ramas secas tropiecen con él y tanto difuntito a punto de volverse polvo.

II

No sé si para el norte, pero acá, por este lado del sur, donde si agarras derechito por todo el periférico puedes llegar con paciencia hasta Yucatán, el calor no da señales de que se quiera ir. 7: 31 a. eme. y el sofoco se siente como preámbulo para una buena lluvia que puede llegar en los siguientes días, si esto se vaporiza y se convierte en cargadas nubes, de esas que, de pronto, surgen, oscurecidas, de tras de los cerros para donde está la presa sedienta, ávida de agua perdurable, que importa que un día empiecen a florecer esos cadáveres viejos que se ocultan en el fango desde hace algunas décadas, gracias a la mano dura y represora de un estado indispuesto a reconocer las protestas estudiantiles, de tal manera que había que acabar de tajo con tanto mechudo comunista y desestabilizadores de una paz colgada con alfileres, a media asta, a punto de venirse abajo pero mientras, hay que sostenerla con bárbaros discursos en medio de una plaza repleta de entusiastas seguidores de su propio verdugo, ese al que le tocas su hombro y sigues comiendo tu antojito mexicano, luciendo un gran sombrero de palma, antes de lanzar un grito bravío que retumbara como un rayo y el presagio de la lluvia estará a la vuelta de la esquina, dispuesta a soltarse con todas sus fuerzas y acabar de una vez por todas con esa gran puesta en escena que se lleva los aplausos eufóricos de una muchedumbre embrutecida, loca de contenta por verse retratada en esa obra cuyos actores son el espejo de lo que vive a diario, desde muy temprano, sea allá en el sur o aquí en el norte donde ahora ando y el sofoco en la realidad que, diariamente le cae encima, igual que la lluvia, por siempre, caerá sobre esos muertos que habrán de florecer, cuando llegue la noche y llore Dios.

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