Sin Medias Tintas
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No pasa nada.

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Hubo un tiempo en el que la corrupción se convirtió en un espectro que solo existía en la memoria de la oposición y en las pesadillas de los neoliberales. La transformación la había desterrado para siempre con sus discursos vibrantes y decretos presidenciales, y llegó a reducirla a los calmos movimientos de un pañuelo blanco. Sin embargo, en esta república de la transparencia donde el sol de la honestidad nunca se oculta, los ladrones caminan impunemente por los pasillos del poder, como si fueran fantasmas a los que nadie se atreve a exorcizar.
Se habla, se grita, se denuncia, pero no pasa nada.
Segalmex nos regaló una obra maestra de desfalco con más de 20,000 millones de pesos evaporados como rocío matinal, y el desfile de culpables rumbo a la cárcel sigue tan desierto como los inexistentes tramos del ya inaugurado Tren Maya.
Los generosos "apoyos" en sobres manila que recibieron los hermanos del expresidente, esos filántropos del movimiento, resultaron ser recursos del pueblo en manos del pueblo, no sobornos. Todo muy republicano, todo moralmente inmaculado
Y si caminamos por los oscuros corredores de la justicia administrativa, veremos que se ha perfeccionado el noble arte de mirar hacia otro lado. Los expedientes duermen en algún cárcamo judicial, mientras los acusados hacen vida normal, como si robar del erario fuera una simple ingenuidad.
Pero afortunadamente no todo está perdido. El nuevo gobierno ha tomado medidas contundentes: repetir las conferencias mañaneras, con diferente predicador. Ahí se dice lo de siempre, que aquí ya no hay corruptos y, claro, cuando un gobierno se proclama impoluto, la realidad debe adaptarse a la narrativa: como no existe corrupción, no hay delincuentes, y por lo tanto nadie va a la cárcel.
Y si alguien tiene dudas, se puede revisar el caso de los sobrecostos en la refinería de Dos Bocas, donde los presupuestos se multiplicaron como los panes y los peces, pero sin el milagro de la refinación. O el Tren Maya, donde los contratos caen del cielo a las manos de las empresas favoritas de un hijo del expresidente.
Y las irregularidades en el Tren Maya no se limitan a contratos opacos y adjudicaciones dirigidas, se incluyen la devastación ambiental de áreas protegidas, desplazamiento de comunidades indígenas y un gasto que supera con creces cualquier estimación inicial. Tramos que se construyen y destruyen, cambios de trazado que parecen obedecer más a caprichos políticos que a estudios técnicos, y una cascada de recursos públicos que se hunden en el lodo sin que nadie rinda cuentas. Todo, por supuesto, en nombre del supuesto desarrollo.
Los aeropuertos tampoco se quedan atrás. El Felipe Ángeles, obra vendida como la gran alternativa al cancelado NAIM, ha sido escenario de contratos inflados, opacidad en las adjudicaciones y fallas en su operación. Un aeropuerto que, con todo y su austeridad prometida, ha costado más de lo que se pretendía ahorrar con la
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cancelación de Texcoco. Y aún con eso, los vuelos son escasos y las aerolíneas lo evitan, como si fuera una terminal fantasma.
Por si fuera poco, la compra de medicamentos ha sido otra cumbre de lo absurdo. La centralización de compras, que prometía eficiencia y transparencia, terminó en un desastre de licitaciones canceladas, escasez de medicinas y asignaciones directas a empresas sin experiencia. Mientras tanto, los hospitales públicos daneses padecen desabasto y los enfermos buscan con desesperación citas para consultas y operaciones.
Y qué decir de los desfalcos en los programas sociales, donde "Jóvenes Construyendo el Futuro" terminó beneficiando a empresas fantasma y "Sembrando Vida" parece sembrar más dudas que árboles.
La Auditoría Superior de la Federación (ASF) ha intentado ponerle número a esta danza de billetes extraviados. Sus informes revelan irregularidades superiores a ¡50 mil millones de pesos! en los proyectos emblemáticos del gobierno, y van desde adjudicaciones directas hasta recursos desaparecidos. Es como un concurso de saqueo, donde siempre gana la clase política. ¿Y las observaciones y las denuncias? Quedan en el olvido, como cartas de un adulto a Santa Claus.
Algunos seguimos esperando, con la paciencia de los que saben que la justicia en México es un concepto maleable, acomodaticio y, sobre todo, selectivo. Seguiremos observando el teatro de lo absurdo, donde la corrupción se denuncia, pero nunca se castiga; donde los delitos se confirman, pero nunca se persiguen; donde robar no es un crimen, sino un desliz.
Donde no hay indultos ni expedientes perdidos ni amnistías improvisadas es cuando se le olvida a usted pagar la luz, el agua, los impuestos o la revalidación de placas; ahí los recargos aparecen y crecen con puntualidad suiza.
¿Ya pagó sus recibos?
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