Caifanes hizo la magia

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Han pasado 40 años y aquella tribu dispersa por los avatares propios del inexorable transcurrir del tiempo busca en la Plaza Emiliana de Zubeldía y sus alrededores el espacio para el reencuentro.
Caifanes hace la magia de tan singular convocatoria: el chavorruquismo que peina canas removiendo las cenizas de las nostalgias convencidos de que algún fuego queda entre ellas, aparece en el Foro Rosales, donde el viernes se presentó la legendaria banda de rock en el cierre de la jornada de ese día en las Fiestas del Pitic 2025.
Pero también aparece una muy nutrida legión de adolescentes casi niños que ni siquiera estaban en el presupuesto personal de aquellos años maravillosos entre el fragor de las batallas estudiantiles, los romances de amanecidas pegados al teléfono de disco prometiendo cualquier cantidad de imposibles mientras en la grabadora gira la cinta de un caset ambientando la madrugada con las notas de La Negra Tomasa en la voz de Saúl Hernández cuando los Caifanes eran Jaguares.
En la calle están los sobrevivientes de aquellos años, los pioneros del slam, los precursores de los raves y las juntadas; los veteranos del Rola 92, los que lloraron borrachos descubriéndose en las letras del rock nacional ochentero, los que se sabían todas las rolas de El TRI, La Maldita, Héroes del Silencio, Botellita de Jerez, Los Fabulosos Cadillac, Tijuana NO, Cecilia Toussaint y tantos otros.
Al filo del mediodía, por ahí en el estacionamiento del Hotel Kino me aborda un tipo que conduce una vieja camioneta Bronco azul, placas de Arizona. Viene con su esposa (supongo) y me pregunta por el Foro Rosales “donde va a estar Caifanes”. Le indico que es hacia el sur, unos 500 metros. Me pregunta si allá hay “parqueaderos”. Le digo que mejor caminen y aseguren el espacio para su carro, del que luego bajan cinco o seis adolescentes con sus camisetas negras y sus cabellos largos dispuestos a esperar ocho horas para el concierto.
El tipo también baja del carro. Brazo tatuado, peinado pa’tras, JC.Penney azul marino desfajada. Anda por los 50 y las chicas y chicos que lo acompañan pueden ser sus hijos o sobrinos, a saber. Pero acusan cansancio de varias horas en carretera para venir a ese reencuentro con las nostalgias y con las nuevas generaciones de rocanroleros que más tarde y para sorpresa de nadie, estaban en el Foro Rosales cantando las rolas de Caifanes.
No sé cómo le hicieron para aguantar tantas horas de viaje y de espera hasta el inicio del concierto pero para las nueve y media de la noche ya eran parte del mar de gente que llenó la plaza y las calles; que no se puso muy exigente con el sonido -ciertamente deficiente- y que cantó todas las canciones rememorando tiempos idos que obviamente no se han ido.
Algo hizo bien esa generación que el viernes llevó a sus hijos -y creo que hasta a sus nietos- al concierto de Caifanes para escuchar sus mejores éxitos, para abrevar la respectiva dosis de politización y empatía con el movimiento feminista en la rola “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, en el recuerdo de “Sax”, el legendario saxofonista de La Maldita y hasta en el tributo a Juan Gabriel…
Hay, desde luego, las críticas de los que más saben de música y de historia de las bandas, para quienes el concierto quedó a deber no solo en el sonido, sino en la enjundia de los Caifanes que, sin afán de justificarlos, ya muestran a las claras que los años no acarician.
Pero en el foro, que abarcó varias cuadras se congregaron unas 50 mil almas para cantar, bailar, aplaudir, pedir otra; convivir, reencontrarse y sobre todo -algo que me llamó la atención- mantener vivo en el ser de las nuevas generaciones el rocanrol, lo que aviva la llama de la esperanza al saber que no todo está perdido en ese pantano maloliente de corridos tumbados y mamadas de esas, con todo respeto.
Para el sábado le tocó hacer lo propio a Miguel Bosé, y la convocatoria también congregó al chavorruquismo más fresón pero no menos decidido a todo. Frente al escenario acamparon señoras y señores desde las nueve de la mañana y eso que el concierto comenzó a las diez y media de la noche. La crónica se las debo porque el espacio no alcanza, como tampoco alcanza la omnipresencia para cubrir los 20 foros donde se presentaron más de mil 400 artistas en estas Fiestas del Pitic, que definitivamente dejaron muy alta la vara para las del año entrante en cuanto a cartelera.
Imposible, dejar de mencionar la mancha que se cernió sobre las fiestas con episodios violentos de alto impacto en el sur de la ciudad, y con el presunto traslado forzado de personas en situación de indigencia hacia la hermana república de Navojoa. No hay total claridad en este suceso, que de comprobarse sería un lamentable evento de segregación imperdonable.
II
Pero si creen que ya se acabó la fiesta porque concluyeron las Fiestas del Pitic y la cantina más grande de Sonora que es la ExpoGan, espérense porque hoy, hoy, hoy habrá manteles largos por rumbos del centro de la ciudad donde se entregarán las obras de lo que fue prácticamente una reconstrucción del Mercado Municipal “José María Pino Suárez”, que después de 110 años ya se andaba cayendo y el gobierno del estado le metió más de 60 millones de pesos para remozarlo desde el subsuelo hasta la techumbre.
Los más contentos, obviamente son los y las locatarias de ese icónico edificio histórico porque regresarán a encontrarse con los y las parroquianas que por décadas han sido copartícipes de sus cotidianidades, sino para la ciudad entera que tiene en este espacio un motivo para rescatar y conservar la identidad del ser hermosillense.
Hoy al filo de las 12 del mediodía, el gobernador Alfonso Durazo estará entregando estas obras con las que se rescata y preserva una parte de la historia de la ciudad sin la cual no podría entenderse lo que fue, lo que sigue siendo y lo que será.
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