Sin medias tantas 

La herida que no cerró

Omar Alí López /    2025-05-26
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Don Crescencio encontró a su vaca tirada de lado y resollando entre el lodo a la orilla del potrero. A simple vista le pareció ver un bulto pequeño, enrojecido, como una picadura mal curada. Pero al acercarse, notó que la herida era una cavidad de carne viva de donde emergían pequeños gusanos blanquecinos. Supo de inmediato que no era una infección cualquiera. "Eso es el gusano barrenador", le confirmó el veterinario del pueblo, que ya había visto otros dos casos esa semana. "El mismo que se erradicó hace años." Crescencio recordaba las campañas de administraciones anteriores: los aviones fumigando, las inyecciones gratuitas, los inspectores visitando rancho por rancho. Pero desde hacía años nadie pasaba por ahí; ni brigadas ni vacunas. "Ahora dicen que no hay recursos", le explicó el técnico. "Desde que recortaron los apoyos a SENASICA, todo cambió. Ni gasolina tienen los supervisores." La vaca murió tres días después, y fue sólo la primera. Al mes, tuvo que vender lo que le quedaba de ganado por menos de la mitad de su valor porque nadie quería animales del sur. Estados Unidos cerró la frontera a los productos pecuarios de México. El gusano barrenador ya era noticia internacional. Don Crescencio, que había sido testigo de cómo su región se libraba de la plaga, vio ahora cómo regresaba sin que el gobierno hiciera nada más que enviar comunicados desde el Palacio Nacional. "Primero los pobres", decían; pero ahí en su ejido, los pobres fueron los primeros en verse afectados.   2. Los domingos sin vacuna. Cuando Leticia llevó a su hijo Emiliano al centro de salud para la vacuna del sarampión, no había ni médico, mucho menos vacunas. Las enfermeras le dieron una ficha, un número y una fecha para "ver si ya había llegado el lote". Pasaron dos meses, y luego Emiliano cumplió su primer año sin ser inmunizado. En el papel que le dieron, el sello tenía una firma ilegible y la leyenda "INSABI". "No se preocupe, señora", le dijeron la segunda vez, "seguro el próximo mes ya llega." Pero en abril, Emiliano se enfermó: fiebre, manchas y ojos rojos. En urgencias del hospital de Toluca le confirmaron el diagnóstico: sarampión. "¿No estaba vacunado?", preguntó el médico. Ella explicó todo y el rostro del médico cambió. "Ha habido varios casos así. Ya ni nos sorprende." Durante los días en el hospital, Leticia compartió sala con otras tres madres. Todas con hijos que no habían sido vacunados a tiempo. Una de ellas, de Oaxaca, había migrado al Estado de México en busca de trabajo, y la otra vivía en una colonia popular de Nezahualcóyotl. Ninguna tenía seguridad social y ninguna había recibido la visita de las brigadas médicas del anterior sistema de salud. "Esto no pasa en Dinamarca", escuchó Leticia decir a una persona que salía frustrada de la farmacia sin sus medicamentos. Emiliano se recuperó, pero ahora tenía problemas de audición. El médico sospechaba secuelas. "Quizá daño leve, pero permanente", le dijeron. En su casa, Leticia vio por televisión el número de contagios y de niños muertos por sarampion y agradeció a Dios que Emiliano no fuera uno de ellos; y guardó la ficha con el sello de INSABI, como recuerdo de un papel sin valor, pero lleno de promesas rotas.   3. El folio 743128. Marcos tiene 72 años y desde hace tres camina con bastón. Vive solo en una casa modesta en las afueras de Hermosillo. Sus hijos emigraron hace años y ninguno lo visita o le manda dinero para ayudarse. Meses después de que comenzara el programa de Pensiones para el Bienestar, llegaron a su casa a registrarlo y a afiliarlo. Entregó su INE, su CURP, comprobante de domicilio y hasta una foto. Luego le dieron un folio: 743128. "En tres meses le llega el primer pago", le prometieron. Pero no llegó nada. Pasó un año. Fue al Banco del Bienestar: "Aquí no aparece, señor." Fue a un módulo: "Su folio no existe… quizá no se subió al sistema. Tendría que volver a registrarse", le dijeron. Marcos volvió a hacer fila y a regañadientes se registró de nuevo. Esta vez le dieron un nuevo folio: 822947. En su colonia escuchaba a sus vecinos hablar de los apoyos: que si la pensión de adultos mayores, que si la tarjeta de bienestar. A él no le llegó ni la tarjeta, y una vecina le contó que había visto en internet que a muchas personas les había pasado lo mismo, y que había pagos a muertos, registros duplicados y gente que cobraba sin tener derecho. Marcos no entendía mucho de eso, sólo sabía que, en su caso, el gobierno le debía seis bimestres: doce mil pesos. Su pensión invisible. Su folio fantasma. Finalmente tuvo suerte: le llegó su tarjeta y meses después su primer depósito de 3,000 pesos. Fue de nuevo al Banco del Bienestar e intentó sacar el dinero del cajero automático, pero aunque siguió todas las instrucciones, no le dio nada. Para no bloquear la tarjeta, hizo fila en la única caja abierta. Al llegar su turno pidió su dinero, pero la cajera no pudo procesar la operación. Ella le dijo que su dinero sí estaba en la cuenta, pero no sabía por qué no podía retirarlo. Perdió toda la mañana hablando con diferentes personas. Se regresó a casa con las manos vacías. El 15 de abril, recibió una llamada de un número desconocido. Una voz masculina le dijo que su pago estaba retenido, pero que podía "liberarse" si transfería 300 pesos a una cuenta. Marcos colgó. Luego se sentó a tomar café en su silla de madera, encendió la radio y volvió a escuchar a la presidenta decir que "nunca en la historia se había ayudado tanto a los pobres." Bajó el volumen y miró por la ventana hacia el horizonte polvoriento.

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